Obra y consecuencia del capricho de Clarence Gasque, el Phanton I se concibió para ser una demostración de amor. Un encargo sin fronteras de presupuesto. En 1926, el millonario, amante de la historia francesa del siglo XVIII y enamorado de su esposa Maude emprendió un proyecto magnánimo para encandilar a su amada. El «Phantom of Love o fantasma del amor», como se le ha llamdo, costó el equivalente a una propiedad de aquellos años.
Bonhams, la casa de subastas automovilísticas más emblemática del mundo, describió: «En el viejo mundo del automóvil, éste Rolls-Royce tiene uno de los interiores más magníficos que jamás se haya construido. La parte trasera del coche es una obra de arte y un pedazo de historia, es como entrar en una finísima mansión georgiana». El 4 de diciembre de 2016 lo vendió en 800 mil euros.
El Sr. Gasque compró el chasis y el tren de rodaje a la compañía automotriz por 1200 libras (1350 euros). Un carrocero de la ciudad de Wolverhampton, un tal John Barnett, se encargó de personalizarlo con una decoración inverosímil, expropiada a los más distinguidos palacios. Tenía detallado por encargo construir un auto perfecto. El propietario aceptó la remodelación a ciegas y se negó a verlo sin estar acabado. Una visita casual al Victoria and Albert Museum de Londres resultó inspiradora para Barnett. Allí encontró una silla de seda perteneciente a María Antonieta de Austria: el regalo ideal para asignarle romanticismo y exclusividad al Rolls-Royce.
«El fantasma del amor» demandó diez meses de trabajo. Artesanos y tapiceros de Aubusson, la fábrica de alfombras más prestigiosa de Gran Bretaña, colaboraron con la comisión de Barnett para imprimirle una filosofía singular a la obra. «Increíblemente palaciego», anunciaban quienes lo vieron nacer. El mítico auto precisó una inversión de 6500 libras de la época, de las cuales se destinaron 4500 libras a ambientar el interior con detalles versallescos. Para que nos hagamos una idea, una casa mediana de época costaba alrededor de 5.000 libras. Se había convertido, además de una fastuosa pieza material del amor, en el vehículo más caro de su época.
Ilustraciones del período Rococó y el barroco tardío, querubines desnudos distribuidos por el techo, armario para bebidas tapizado a tono, decorado con un reloj francés de bronce dorado, dos vajillas de porcelana bañadas en oro con motivos florales, una vitrina lujosa operaba como límite de una división interna, detalles en bronce, escenas barrocas, tecnología depurada y en honor al origen francés de la familia Gasque, un falso escudo de armas le atribuía excelencia. Entrar al habitáculo del fantasma del amor era como ingresar al célebre Palacio de Versalles.
Como paradoja del destino: el coqueto Phantom I tuvo apenas 18 meses de gracia. Clarence Gasque a los 54 años. Maude, viuda y sin hijos, continuó su vida dedicada al bienestar animal, propagando estas conductas a bordo del auto que le había obsequiado su esposo. Hasta que en 1937, «el fantasma del amor» fue castigado al olvido en el encierro de un garaje.
Luego, el auto inició un largo recorrido por millonarios y coleccionistas. En 1952 pasó a manos de Stanley Sears, un ferviente fanático de Rolls-Royce. En la década del ochenta fue vendido a un magnate japonés en un millón de libras esterlinas. Luego otro coleccionista nipón pagó el doble por quedarse con el palacio sobre ruedas.
En 2002, el vehículo reapareció por Estados Unidos e inmediatamente fue repatriado por el Reino Unido. Hasta diciembre de 2016, cuando un anónimo comprador desembolsó cerca de 800 mil euros en «el Fantasma del Amor».